La problemática cultural
en Cali debe ser analizada desde múltiples perspectivas. En mi opinión, la
subjetividad puede llevar el análisis de esta situación a conclusiones que se
alejan de cierta forma del recorrido histórico de la ciudad.
“El que no conoce
su historia, está condenado a repetirla” es una frase ampliamente conocida que
sirve como punto de partida para el presente comentario. Ésta hace referencia a
la presencia ineludible de un arraigo histórico, en la sociedad caleña, del
cual resulta casi imposible desprenderse. Los procesos de formación y
crecimiento de nuestra ciudad, se dieron en el marco de una población netamente
mestiza, que deriva de profundas raíces que yacen en la época colonial, las
cuales se esparcen y se acrecientan a raíz de los sucesivos procesos
migratorios de personas negras e indígenas (principalmente). Estos “rezagos
esclavistas” como los menciona el profesor Cano, entran a jugar un papel muy
importante en la dinámica cultural de la ciudad, pero a la larga solo constituyen
una de las causas.
Evidentemente,
la configuración de la elite caleña tiene un impacto importante en la
discusión. De hecho, su existencia se basa en la dominación de las razas
consideradas “inferiores” (a través de bárbaros procesos de “pacificación”
durante la colonia) dando lugar a relaciones y
prácticas como la servidumbre doméstica, las cuales perduran hasta
nuestros días.
Sin embargo, es
necesario mirar la otra cara de la moneda. El atractivo que cobró la ciudad a
principios del siglo XX, hizo que recibiera una enorme cantidad de inmigrantes
de diversas partes del país (en su mayoría personas de color de la costa
pacífica). La falta de planeación de la administración municipal, sumado a la
falta de educación y recursos económicos de estas personas, hizo muy difícil su
adaptación al ritmo de una ciudad en desarrollo y su ingreso a una sociedad
próspera económicamente. El punto aquí, es no solo la injerencia de una “elite”
que reproduce comportamientos coloniales es determinante, sino la forma en que
se dieron dichos procesos migratorios, los objetivos e intenciones detrás de
ellos (muchas personas simplemente venían a ofrecer una mano de obra no
calificada o a la espera de que una ciudad en apogeo los absorbiera y
beneficiara por inercia) y la reacción de la ciudad, hicieron posible la
aparición de una masa poblacional cuyas condiciones de vida iban en dirección
contraria al auge de la capital del Valle.
En este orden de
ideas, es importante reconocer una diversidad de factores que incidieron en la
aparición de una población pluricultural y pluriétnica. Igualmente, no sería
justo castigar la heterogeneidad que aportaron las migraciones a la ciudad. De
hecho, gran parte del crecimiento a lo largo del siglo XX y de la visión de
región que se tuvo en aquel momento, se debió a la acción de varios inmigrantes
(paisas en su mayoría). La dinámica cultural en nuestra ciudad, no puede
medirse sólo por el número o tamaño de las bibliotecas actuales, la
disponibilidad de registros históricos en dominios del municipio, la opinión de
los “intelectuales” o el apoyo a la publicación de obras literarias.
Claramente, son ENORMES falencias por parte de la administración de las
instituciones culturales y educativas de la ciudad; pero una sociedad étnica y
culturalmente diversa, no puede determinar su “nivel de cultura” al igual que
lo harían otras ciudades (extranjeras). Si así sucediera, como en este caso, se
estaría desconociendo, por ejemplo,
el aporte de una mayoría afrodescendiente en la popularización y valoración de
las expresiones artísticas del pacífico (muestras gastronómicas, Festival
Petronio Álvarez, etc.). Nuestra ciudad, como lo describe el profesor Luis
Carlos Castillo en su texto “Cali, ciudad pluriétnica”, es un “crisol
multicultural” que encuentra una enorme riqueza en lo heterogéneo de su
población.
No obstante, es
muy complicado determinar hasta qué punto la apertura de la ciudad a la llegada
de nuevos pobladores ha sido enriquecedora o perjudicial. Como se comentó
anteriormente, los procesos migratorios aportaron diversidad en términos
culturales, pero generaron una enorme desigualdad económica y social al
interior de la población. Lo anterior, sirvió como sustrato perfecto para la
aparición de pobreza, delincuencia y segregación (entre otros fenómenos) que se
incrementaron durante la época fuerte del narcotráfico y que aún aquejan a la
ciudad. Del mismo modo, hacen muy difícil el establecimiento de un regionalismo
o amor por la ciudad (que una vez fue concebido para la creación del
departamento) como motor de progreso sistemático y unificado, pues gran parte
de la población no siente a Cali como suya, sino que la perciben simplemente
como un lugar para habitar y extraer lo necesario para subsistir (lo que la
ciudad hace por mí, no lo que yo hago por la ciudad)
De este modo, la
multiculturalidad de Cali, que proviene de su diversidad étnica, es al mismo
tiempo contrastada por ésta y los fenómenos sociales que la circundan; no por
la “inferioridad” de alguna raza como se creía en la colonia, sino por la inexistencia
de un proyecto de ciudad y región que tenga como pilar fundamental la
concepción de una sociedad mestiza en la cual la apertura y la inclusión se den
en todo los ámbitos. Así pues el “problema cultural” de la ciudad no
radica solo en la falta de “aporte cultural” de las elites e
instituciones caleñas, sino en la no creación de una verdadera cultura
caleña, un pensamiento compartido y generalizado que valore, documente y
exija reconocimiento para las DIVERSAS expresiones culturales que enriquecen
nuestra ciudad.








